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domingo, 1 de enero de 2017

Café




Eres ese poso circular del fondo, el anillo que no para de girar en bucle incluso cuando el carrusel está apagado. Eres esa marca llena de granitos de azúcar que no se ha disuelto en el fondo de la taza, porque no has podido esperar a que se disolviera del todo. Si la cucharilla no ejerce su función, no se produce la espiral necesaria de sentirse confortable. No existe ese ritual placentero y necesario alabando a la cafeína. Ahora la tomas entre tus manos y la loza blanca está fría, con los bordes verticales de las gotas marrones que te podrían contar mil historias, de una merienda entre amigas, un desayuno de empresa, el enamorado ansioso mirando por encima de la cortinilla ansiando a su amada, pero hablamos de un hombre solitario que se quemó la garganta y se bebió un cortado amargo hirviendo, porque no quiso esperar a disfrutar del aroma en la cafetería de la vida, preso de la ansiedad que sufre la aspirina que sale a la calle sin paraguas un día de cielo negro, nublado.
Sin leche azucarada.








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